Despierta. Despierta, gemía el hurón. Entrégale, alacrán, tu veneno. Abre los ojos, huye, su aliento se acerca, la muerte te rodea. Óxido, hierro, melaza. Mas la cabeza rodó entonces, sibilante entre las hierbas, por el brezo arañada, rodó incansable hacia las aguas con los hermanos a su procura.
Lacio en vida, ahora su cabello es refugio y sacra raíz. Ondinas hambrientas acechan el paso de las nutrias.
Sólo a veces, atraída por salmodias de remotos juegos infantiles, la sangre desborda el cuello del lago.
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